Cantante, poeta... y médico
Más allá de la medicinaLaboa dedicó cerca de veinte años de su vida a la Psiquiatría Infantil, algo que marcó sin duda su trayectoria artística. Su viuda repasa esta y otras facetas del cantautor en un libro.
Sendagileei omenaldia. Bai beharra izan zuelako edota baita bere lankide eta lagunak zirelako, Mikel Laboak sendagile ugarirekin izan zuen harremana. Marisol Bastida bere alargunak bere senarra izandakoaren izenean eskerrak eman nahi dizkie eta omenaldia egin nahi die ondorengo hauei eta beste guztiei ere: J.J Lasa, José Antonio Ayestarán, Olariaga, Iñako Pagola, Iñaki Bidegain, MIkel Azkue, Manuel García Bengoechea...
Baga Biga Higa, Izarren Hautsa, Txoriak Txoria o Gure Bazterrak. Hablar de Mikel Laboa (Donostia, 1934-2008) es recordar todas esas melodías y el embrujo característico de la voz del cantautor donostiarra, fallecido hace ya seis años. Pero en la siempre creativa vida de uno de los artistas vascos más importantes de la historia también jugó un destacado papel la medicina. Su delicada salud —que le llevó a estar al borde de la muerte varias veces—, resistió durante décadas gracias a los médicos. Y fueron quizás esas circunstancias, unidas a su “marcada tendencia humanista”, las que le llevaron a mantener la profesión médica, a la que dedicó más de 20 años, junto a la música, como una de sus “grandes aficiones”.
Esa faceta del cantante y poeta ha quedado al descubierto este verano con la publicación de Memorias. Una biografía de Mikel Laboa (Elkar, 2014), de Marisol Bastida, compañera y esposa del artista. Recuerda el libro la afirmación del neurólogo Iñaki Bidegain: “El Laboa médico fue como el Laboa persona: cariñoso, humilde y discreto”. Bastida añade su prudencia. “Era muy difícil que a Mikel se le escapase algo importante por falta de prudencia. Solía decir que el 80% de las enfermedades se curaban solas, pero ‘ojo con el 20% restante’”, advierte.
En un encuentro mantenido en pleno agosto con Medikuen Ahotsa, Bastida rememora con contenida emoción y exhaustivo detalle toda esa trayectoria de Laboa como profesional de la medicina. Todo comenzó en Madrid, en el año 1953. Allí estudió el primer curso de la carrera. También comenzó el segundo curso, cuando coincidió con, entre otros, Enrique Telleria, pero enfermó y no se presentó a los exámenes. Prosiguió ya entre 1955 y 1960 en Pamplona, en una época en la que además de “juergas varias” Laboa dedicó “mucho tiempo a la guitarra”. Pero volvió a verse impedido por una tuberculosis que derivó en nefritis.
La gravedad de la enfermedad hizo que durante dos años tuviera que regresar a Donostia, pero ya en 1962 volvió a coger las riendas de los estudios y finalmente, en una convocatoria extraordinaria de enero de 1964, Laboa finalizó la carrera en Zaragoza. Le ayudó, quizás, que Marisol Bastida le puso ese final de los estudios como condición para casarse, algo que llegaría ese mismo año.
Impedido por una tuberculosis
Los dos marcharon entonces a Barcelona, donde el cantante comenzó su trayectoria como médico interno. De febrero a julio de ese año 64 estuvo en el Hospital de la Santa Creu y de Sant Pau de la capital catalana. En septiembre regresó a Donostia y prosiguió con sus prácticas en el Hospital Provincial durante un año. Su interés por la neurología y la psiquiatría comenzó a gestarse en esos años, y se vio fortalecido por un cursillo al respecto que hizo en Barcelona. Y fue allí donde, entre 1965 y 1967, hizo su especialidad: neuropsiquiatría infantil. Tal y como recuerda Bastida, la ciudad mediterránea era “un filón en esos años, tanto desde el punto de vista médico como desde el cultural”. Así, Laboa pudo desarrollar ambas inquietudes.
En el verano de 1967 regresaron a Donostia y el cantautor se introdujo en el Patronato de San Miguel, un hospital psiquiátrico para niños patrocinado por la entonces Caja de Ahorros de Gipuzkoa, y que se situaba donde hoy está el Parque Tecnológico de Miramón. Laboa trató a menores autistas, y entabló “una especial relación con los niños” que le siguió caracterizando durante toda su vida. Le marcó intensamente la historia de una niña gitana con síndrome de Down, y a ella le dedicó una de las múltiples representaciones de la famosa performance acerca de la dicotomía Comunicación / Incomunicación.
Tal y como recoge Bastida en su libro, Laboa “despreciaba a aquellos falsos especialistas que aprovechándose de la angustia de las familias y de su deseo de hacer cualquier cosa por ayudar a los niños, les engañaban y, a cambio de dinero, les infundían falsas esperanzas y les hablaban de tratamientos que no podían conseguir nada”. Él apoyaba todos aquellos posibles remedios “inofensivos y gratuitos” que “ayudaban a mantener la ilusión”, y es por ello por lo que su viuda considera que a pesar de que en 1985 dejó la medicina una vez que cerró el Patronato de San Miguel, sus compañeros seguían llamándole para pedirle sus servicios.
Laboa colgó la bata blanca y el estetoscopio, y no porque le disgustara la profesión médica o estuviera cansado, sino porque su dedicación a la música le impedía compaginar ambas actividades. “Tenía dos grandes aficiones: la medicina y la música. Pero su pasión era la música”, reconoce Bastida. De esas dos décadas como médico ella aún conserva un estudio que nunca llegará a ser tan conocido como sus canciones: Translocación cromosómica 46XY (8p;21) Trisomia 8p. La investigación la realizó junto a J. Ganzarain, J. Lasarte, J. Aguirre, M. A. Anabitarte y M. T Arocena, en 1980.