Medikuen Ahotsa

¿Tendremos una primera presidenta o consejera de Salud?

MUJER

Todavía pesa sobre las mujeres médicos un techo de grueso cristal que nos impide ascender profesionalmente

Por Maite R. Antigüedad Zarranz

Corrían los años 60 y los jóvenes americanos or­ganizaban protestas multitudinarias contra la guerra de Vietnam. En Paris, los estudiantes buscaban la playa y un mundo más justo bajo los ado­quines de las calles. La revolución sexual y, sobre todo, la reclamación de una sociedad igualitaria, en la que los negros y los blancos, los hombres y las mujeres tuvié­ramos los mismos derechos impregnaba el espíritu de mayo del 68.

En España, en esos años, las mujeres necesitábamos del permiso del padre o del marido para poder trabajar, ob­tener un pasaporte o abrir una cuenta corriente en un banco, el adulterio femenino se castigaba con cárcel y nos cubríamos el pelo con una mantilla para ir los do­mingos a una misa cuasi obligatoria. Los chicos tenían que hacer la mili y las chicas realizar el servicio social o confeccionar una canastilla para un bebé.

A pesar de ello, la revolución de las flores y de la paz tam­bién llegó a nuestro país. Sutilmente, con mucha menos fuerza, jolgorio e ilusión que en Francia o en California, pero llegó. Eran también los tiempos en que florecía la clase media y, con ella, las ansias de mejorar y de dar a los hijos una educación superior. Y así, tras el bachiller, muchas de las niñas nacidas a finales de los 60 entraron en facultades universitarias hasta entonces ocupadas casi por completo por hombres. Muchas de ellas eligie­ron medicina y en los 90, esas hijas del 68 empezaron su especialización MIR. El año 1990 marca un hito en esta historia: es el año en que por primera vez el núme­ro de nuevas inscritas en nuestro colegio de Gipuzkoa sobrepasa al de nuevos colegiados: 100 mujeres frente a 95 hombres. Ser médico dejó de ser “cosa de hombres” como en su adolescencia lo fue tomarse una copa de cierto famoso (y misógino) coñac.

Han pasado veinticinco años y la siguiente generación, la de los nietos del 68, está tomando el relevo. 68 de ellos, la misma cifra que la del mítico año, han iniciado este año su especialidad MIR: de esos 68 nuevos médi­cos, 49 son mujeres y 19 hombres: es decir, casi tres de cada cuatro R1 guipuzcoanos son mujeres.

Estas nuevas compañeras han pasado a formar ya parte de ese 59% que representan las mujeres que ejercen la Medicina en nuestra provincia en el total de los médi­cos, y del 66,8% de trabajadores del Sistema Vasco de Salud que son del sexo femenino. Es bastante llamativo que mientras dos de cada tres trabajadores de Osakide-tza son mujeres, las médicos mujeres son sólo 3.042 del total de 23.419 de la plantilla de Osakidetza. La expli­cación es que la mayor parte del personal femenino del Sistema Vasco de Salud se nutre de enfermeras, auxilia­res de enfermería y personal no sanitario, habiendo una minoría de hombres en esos puestos. Eso sí, representan el 54% del total de médicos A estas recién estrenadas residentes quizás no les sor­prendan todavía estas cifras y es casi seguro que les re­sultará natural encontrar en sus hospitales vestuarios y habitaciones para mujeres y, sobre todo, les parecerá impensable ser tratadas con condescendencia o con maneras de superioridad, como a menudo les sucedía a sus predecesoras. No les llamará tampoco la atención encontrar pijamas de quirófano de su talla. Todo ello les parecerá tan normal como no fumar en el trabajo o como ver a algunos compañeros con pendientes en las orejas.

Una lenta adaptación

Sin embargo, en 1990 nada de eso era tan normal. Los cambios han ocurrido por un proceso de lenta adapta­ción del mundo, diseñado y gestionado desde sus inicios por y para la mitad de la población. La población mas­culina, claro.

Cuando las nuevas MIR nacieron, la falta de adaptación de los hospitales al trabajo de las médicas pudo disuadir a algunas mujeres de realizar especialidades ocupadas casi en su totalidad por hombres. Pero ya no se extra­ñarán de compartir trabajo con neurocirujanas, oncó­logas o traumatólogas, cosa impensable hasta no hace muchos años.

A pesar de ello, si se analizan los datos de los residentes de estos tres últimos años, se puede detectar cierta ten­dencia a elegir especialidad de forma algo diferente por parte de hombres y mujeres. Entre 2013, 2014 y 2015 han entrado un total de 207 residentes nuevos en Gipuzkoa, de los cuales un 75% (155) eran mujeres. El total de espe­cialidades ofertadas ha sido de 34 y el mayor número de plazas fueron para Medicina Familiar y Comunitaria (80 plazas, es decir casi un 39% del total). Estas 80 plazas de medicina de familia fueron cubiertas por un 84% de mujeres (67) y un 16% de hombres (13). Es decir, el por­centaje de mujeres en Medicina Familiar es cerca de un 10% superior al porcentaje de mujeres en el conjunto de las especialidades. También destaca Pediatría que con 15 plazas ofertadas, sólo fue escogida por un hombre.

Las nuevas residentes que realicen su residencia en el Hospital Universitario Donostia, rotarán por 32 servi­cios médicos, dirigidos por 25 hombres y por sólo 7 mu­jeres. Quizás no les sorprenda tampoco este hecho, ni que el director-gerente del Hospital, así como que tanto el consejero de Sanidad, como el viceconsejero y el di­rector de Osakidetza sean todos ellos hombres. Pensa­rán algunas, tal vez, que hay que dar tiempo para que las cosas se normalicen, que a medida que vayan entrando más mujeres en los hospitales irán entrando también más mujeres en los puestos directivos.

No se puede olvidar, sin embargo, que hace ya 25 años, en 1990, empezaron más mujeres que hombres su an­dadura profesional como médicos y, a pesar de ello, es la minoría de estos hombres médicos que entró después de esta fecha, la que ocupa la mayor parte de los puestos más altos de la profesión médica en el Sistema Vasco de Salud.

Todavía pesa sobre las mujeres médicos, que son ma­yoría desde hace ya una generación, un techo de grue­so cristal que nos impide ascender profesionalmente. Sin embargo, el porcentaje de mujeres que se presenta al MIR se corresponde, aproximadamente, con el por­centaje de mujeres que aprueban este examen. Cuando las pruebas para el acceso a los puestos son objetivas, el techo tiende a desaparecer y con ello se deja de negar también al conjunto de los ciudadanos el beneficio del talento, tantas veces infrautilizado, de muchas mujeres.

¿Leeremos antes de que pasen otros 25 años un artículo en esta misma revista en el que se recuerde a la primera presidenta del Colegio de Médicos, a la primera gerente del Hospital Universitario Donostia y a la primera con­sejera de Salud del Gobierno Vasco? Como cantaba Bob Dylan en los 60, “The answer, my friend, is blowing in the wind”. La respuesta, compañeros, está flotando en el viento.

Maite R. Antigüedad Zarranz

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