Medikuen Ahotsa

Javier Busto «Cuando conseguía que la gente se recuperara, la música me salía mejor»

Entrevistas
 Javier Busto. Médico y Director de coros

«Jendea sendatzea lortzen nuenean, musika hobeto ateratzen zitzaidan»

Mediku lana eta musika aldi berean jardun zituen urte askoz. Baina Javier Bustok (Hondarribia, 1949) dioenez “gauzak atseginez egiten dituzunean denbora edozein tokitatik ateratzen duzu”. Jubilatu baino lehenagoko ur­teak izan ziren berarentzako garrantzitsuenak mediku bezala, “familien beharrek eta diru-sarrerarik ez zeu­zkatenen estutasunek” bere erantzukizuna areagotu zutelako. Musika eta medikuntzaren arteko harremana ere aldarrikatzen du: “Jendea sendatzea lortzen nue­nean, musika hobeto ateratzen zitzaidan”.

Compaginó durante años su trabajo como médico de Atención Primaria con la música, y no se arrepiente de ello. Javier Busto (Hondarribia, 1949), repasa en esta conversa­ción ambas trayectorias. La de músico es la que le hizo co­nocido internacionalmente, y la que ha llevado a un grupo de amigos y profesionales del canto a impulsar su nomi­nación al Premio Princesa de Asturias de las Artes. Su vida la ha repasado la escritora Elena González Correcher en la biografía autorizada La mirada azul (Círculo Rojo, 2015).

 

Se conoce más su faceta musical, pero ¿cuál ha sido su trayectoria como médico? 

Empecé a trabajar en 1977 en la provincia de Valladolid, que es donde estudié, en un pueblecito que se llamaba Villaverde de Medina. Posteriormente ya me vine a Irún y estuve trabajando allí hasta 1980. Ese año saqué plaza en el Servicio Especial de Urgencias de Irún, en el que permane­cí hasta el año 1989 cuando saqué plaza en el Ambulatorio de Lezo. Ahí he estado hasta 2013, año en que me jubilé.

¿Le ha resultado fácil compaginar su actividad como médico con la música?

Esa ha sido una de las preguntas más comunes. Todo el mundo me decía: ¿pero de dónde sacas tiempo? Yo creo que al final, cuando las cosas las haces con gusto siempre sacas tiempo para todo. En la época de urgencias, por ejem­plo, teníamos guardia cada tres días, por lo que al tener dos días libres pude dedicar más tiempo a la música. En esta época tuve la fortuna de vivir intensamente la niñez de mis hijos. En aquellos años estaba más centrado en la dirección de coros que en la composición. Con el Coro Eskifaia po­díamos dar fácilmente 30 conciertos al año, además de par­ticipar en concursos y festivales.

Pasado el tiempo, ¿se arrepiente de no haberse centra­do más en una de las dos actividades?

En absoluto. Yo me he sentido más médico los últimos años, al pensar que mi vida profesional llegaba a su fin. También me ayudó a sentirme más médico que músico las miserias de la gente en los últimos años. Me refiero a las ne­cesidades y a la angustia de las familias sin ingresos. Quizás por eso me impliqué más en la Medicina y los últimos años dediqué menos tiempo a la composición musical. No sé si fue porque el cerebro no me daba para más, o porque real­mente tenía que ocuparme de otras cosas. Pero las dos fa­cetas estaban relacionadas. Cuando conseguía que la gente se recuperara y tuviera una mayor calidad de vida la música me salía mejor y la disfrutaba más.

En su caso la Medicina y la música se han complemen­tado bien, entonces.

Absolutamente. Yo he tenido pasión por la música desde muy pequeño. La llevé a la universidad y allí entré de chiri­pa en el coro. Y eso que yo había decidido no cantar nunca más en un coro por una mala experiencia que tuve de pe­queño con un fraile.

¿Cuál fue esa mala experiencia?

Me pegó un par de tortas en una misa mayor a las nueve y media de la mañana en Lekaroz donde estaba yo interno. Cantaba de tiple segundo y me tocaba hacer un sólo. Ese domingo estaba mal, tenía catarro y le dije al fraile que no podía cantar. Me forzó y cuando llegué a la nota más aguda no pude y me callé. Me pegó dos ‘castañas’ bien pegadas y yo no me callé y le solté una gorda. Él me echó de la iglesia y durante un mes me tuvo en una esquina mirando a la pa­red. Todo eso me marcó mucho.

Pero siguió con la música.

Si. Hice Rock&Roll y canción protesta. Estando en Vallado­lid algunos compañeros de piso me animaron a cantar en el Coro Ederki, que era un coro de estudiantes vascos que solamente funcionaba para la festividad de Santa Águeda, día en el que salíamos por las calles de Valladolid. Accedí, y a partir de ese momento nuestro director, Arturo Goikoe­txea, fue el que de alguna manera me convenció para seguir cantando con regularidad. Posteriormente la dirección la cogió Albar Eguileor, también médico, y después de un año él dijo que no podía seguir dirigiendo y me lo propusieron a mí. Yo no sabía solfeo pero tenía buen oído, buen ritmo y acepté. Así comenzó mi vida coral.

Por sus composiciones, primero consiguió la fama en Japón. ¿Qué valoraban allí que no se valoraba aquí?

Yo no me siento mal valorado en mi tierra, aunque gene­ralmente te valoran más fuera de casa que en casa. ¿Por qué en Japón? Las cosas son muy sencillas. Yo escribí un Ave María en el año 80 que unos años después fue obra obliga­da en el concurso de Tolosa. Aquel año el coro que ganó fue un coro sueco dirigido por Gösta Ohlin, quien organizó un curso de dirección en Goteborg y me pidió permiso para editar esa obra para dicho curso. Yo ingenuamente le dije que sí y a partir de ese momento me pidieron más cosas. A un director japonés que trabajaba en Finlandia le llegó esa música y me escribió una postal sin conocerme de nada di­ciéndome: “me voy a encargar de que tu música se conozca en Japón”. Se la envió a la única distribuidora de música que hay allí y que se llama Panamúsica. Les interesó mucho, ya que mi música podía ser cantada por coros de nivel medio.

En 2015 le han nominado al Princesa de Asturias de las Artes. ¿Cómo se lo ha tomado?

De entrada me quedé un poco descolocado. Evidentemen­te me hizo ilusión, pero yo por estas cosas no me altero de­masiado. A quienes me lo propusieron les dije: “¿vosotros queréis hacerlo? Pues adelante”. Hay dos cosas muy posi­tivas al sentirse valorado. En primer lugar el cariño que la gente me demuestra y, en segundo lugar, a la larga lo más positivo, es que la gente se vuelva a dar cuenta de que la mú­sica coral existe. Ha cambiado tanto la vida en estos años, que hoy en día se infravalora la música coral.

Siempre se ha dicho que la música también sirve de te­rapia. ¿Le ha servido a usted en alguna ocasión?

Muchas veces. A muchos pacientes les he aconsejado que escuchen música. Por ejemplo, a gente joven que hacía heavy metal, al recomendarles canciones más melódicas por ejemplo de Simon y Garfunkel, tras un tiempo me lo agradecían, al igual que a las personas mayores escuchando canciones de su juventud. 

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