Medikuen Ahotsa

A la familia del Dr. Antonio Cabarcos

Tribuna Abierta

Hace unos días envié para su publicación un obituario del doctor Antonio Cabarcos a la Unidad de Comunicación del Hospital Donostia y del Colegio de Médicos de Gipuzkoa. He sabido que mi carta ha molestado a su familia. Lamento que el texto, reflexiones y pensamientos escritos desde el dolor por la muerte de Antonio, haya producido ese efecto. Jamás ha sido esa mi intención. Nunca ha estado en mí ánimo lastimar sus sentimientos.

En la necrológica quise expresar mis propios sentimientos hacia Antonio, mi reconocimiento como persona y como profesional. Me veía reflejado en él como en un espejo: el cese de nuestra actividad profesional; los años, que iban pasando uno tras otro; las enfermedades, que, a buen seguro, a mí también me alcanzarían. Su temple, su fortaleza, eran para mí un ejemplo a seguir. Mantuvimos la relación hasta hace algo más de un año. Durante todo ese tiempo nos dimos calor, cariño, ayuda y consuelo. Puedo afirmar que de él recibí tanto o más de lo que yo le di.

Hace tres meses, cuando le visité en el hospital, su estado de salud había empeorado. A pesar de ello, pudimos conversar de los temas que siempre nos interesaron: nuestra profesión, la infección por Covid-19 que se había extendido por Wuhan, las diversas circunstancias de la vida. Se puso contento al saber que había tenido un nieto y que mi hija se encontraba perfectamente. Él me dijo que se sentía bien, se había reencontrado con su familia, su espíritu era apacible, sereno. Yo me alegré de todo ello. Fue un momento de gran armonía.

Después el virus se hizo pandémico, llegó el confinamiento. Como sucedió a otras personas, me sentí desbordado por la situación, esperé a que disminuyera el riesgo. No dio tiempo. Antonio falleció cuando el periodo de aislamiento daba sus últimas bocanadas.

En mi interior siento un gran pesar por no haber sabido acompañarle en el tramo final de su vida.

Eduardo Clavé, médico jubilado, Especialista en Medicina Interna