Medikuen Ahotsa

Luisa Aguirre: La pediatra de Tolosa

MUJER

A su consulta muchas madres llevaban a sus hijos moribundos, y ella conseguía que se recuperaran

Maite R. Antigüedad

En 2015, las principales razones que pueden impedir que muchos jóvenes valiosos se con­viertan en médicos son la alta nota exigida en selectividad para ingresar en la Facultad y el creciente precio de las tasas universitarias. En 1940 una razón po­derosa era haber nacido niña.

La quinta mujer guipuzcoana que consiguió superar esta injusta barrera, estudiar Medicina y ejercer de médico, fue Luisa Aguirre Azurmendi, que nació en Tolosa, don­de los vecinos la recuerdan con cariño y gratitud.

Vino al mundo en 1919, con todos los boletos para aban­donar pronto la escuela y llevar una vida dependiente y dedicada al cuidado de la familia, un destino que nunca le convenció y que fue capaz de esquivar.

Su padre, ferroviario de profesión, era un hombre mal­humorado, poco cariñoso y muy gruñón que pensaba que hablar era “perder el tiempo” porque lo único im­portante en la vida era trabajar. Con él en casa nadie abría la boca aunque su madre, que era sastra, siempre supo proteger a sus cinco hijos, nunca discutía delante de ellos con el marido pero todos reían y se daban cari­ño cuando el padre se marchaba. María Luisa recordaba una infancia muy feliz. Una infancia que forjó su perso­nalidad segura y optimista.

Cursó sus estudios primarios en la escuela municipal de Tolosa, en una clase de solo niñas. Estaba en esa clase cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República. En esos años tuvo la fortuna de tener como educadora a Maurilia San Martín, una de esas maestras de la Repú­blica empeñadas en educar a las niñas en igualdad y en formarles en el estudio para que fueran libres de escoger su propio destino.

A los 14 años, acabada la escuela, se matriculó en el Insti­tuto Peñaflorida de San Sebastián donde las clases eran mixtas. Allí le sorprendió el golpe de Estado de 1936 y las clases se interrumpieron. De esa época Maria Luisa nun­ca pudo olvidar el horror del sonido de los fusilamientos nocturnos que se oían desde su casa. El régimen político que surgió de aquello preparaba a las mujeres para un futuro muy distinto del de los hombres así que, cuando se restablecieron las clases, también se restableció la se­gregación en las aulas de chicos y chicas.

En su casa solo había dos libros y uno era “el médico en casa” que María Luisa releyó sin parar. Quizás por ello, al acabar el bachiller decidió hacerse médico. Aunque no disponía de los recursos económicos para ir a la Uni­versidad no se achantó: y se fue a hablar con el alcalde y le dijo “Mire usted, yo quiero estudiar medicina y vengo aquí por si me pueden conceder una beca”. Cuando al día siguiente se enteró de que se la habían concedido fue a su casa volando, sin pisar siquiera el suelo de la emo­ción. Pero al dar la noticia, el disgusto de sus padres le hizo aterrizar. Su madre le preguntó si se daba cuenta de lo tarde que acabaría los estudios, lo que encubría su preocupación por una boda tardía. Maria Luisa, para quien el matrimonio no era prioritario, respondió es­cuetamente “Si, si, ya me doy cuenta Amá”.

Sus dos hermanas se negaron a acompañarla a Madrid a matriculase en la facultad porque, decían, “las mujeres solas no viajan”. Pero ella se fue sola. Y empezó la carrera y encontró compañeros con los que tuvo una relación de la que guardó un excelente recuerdo.

Pero al llegar febrero ya casi no le quedaba dinero para vivir. Y esta vez decidió visitar a Patricio Echeverría y pe­dirle ayuda. Al cabo de unos días recibió el dinero que necesitaba. La visita se repitió varios años. Y siempre transcurrían unos días de angustiosa incertidumbre hasta que finalmente el dinero llegaba. Un año, en la recepción de las oficinas del empresario, se equivocó y, en vez de solicitar ver al gerente, preguntó por el apo­derado, que resultó ser Lucio Sarasola. Este le entregó ese mismo día el dinero en mano. A partir de entonces acudía a Lucio Sarasola a pedir ayuda.

Siempre supo que no quería ser médica de hombres y que en todo caso lo sería de mujeres. Acabó la carrera en Madrid, en 1946, pero realizó algún curso en Salamanca. Y allí fue donde decidió, tras conocer a Guillermo Arce, catedrático de esa Universidad y Jefe de Servicio de Pe­diatría de la casa de Salud de Valdecilla, especializarse en Medicina de niños.

En Santander se especializó en Pediatría y Puericultura, además de formarse en la especialidad de Hematología y Hemoterapia. Durante esos años acabó también el doc­torado, convirtiéndose en la primera mujer doctora en medicina de Guipúzcoa, tras lo cual volvió a su querido pueblo de Tolosa donde decidió instalar una consulta en el centro. Le hacía falta ayuda económica y acudió de nuevo a Lucio Sarasola, que no dudo en colaborar para que Maria Luisa pudiese empezar a ejercer su profesión.

El 6 de Junio de 1949 se inscribió en nuestro colegio con el número 89. Fue la quinta mujer médico de Gipuzkoa.

En los tiempos en que Maria Luisa empezó a ejercer su profesión la posguerra todavía no había acabado: las car­tillas de racionamiento no se eliminaron hasta 1953. La situación de desnutrición y de pobreza era algo común y muchos niños morían por deshidratación consecuencia de simples diarreas.

A su consulta, que era también su propia vivienda, mu­chas madres llevaron a sus hijos moribundos. Los niños deshidratados volvían a la vida en poco tiempo después de que les hidratara un poco. Para muchos aquello eran milagros de la doctora Aguirre. Los pacientes más graves se quedaban en la consulta donde ella les atendía las 24 horas. La consulta se convirtió pronto en un pequeño hospital donde hacía radiografías, administraba sueros, transfundía o alimentaba a los niños a través de una son­da nasogástrica.

Se casó en 1960, después de varios años de noviazgo. Aunque no tuvo hijos disfrutó del cariño de sus sobrinos y también del de los tolosarras: todos los que la cono­cieron hablan de ella con agradecimiento y admiración.

Falleció con 94 años, en agosto de 2013, después de una vida no solo larga sino además plena, dejándonos con su recuerdo un ejemplo de vida y de forma generosa y humana del ejercicio de la profesión médica.

Maite R. Antigüedad Zarranz