Medikuen Ahotsa

1920-2014: Luis S. Granjel Historiador de la Medicina

Reportajes

El 29 de noviembre de 2014 fallecía en Salaman­ca el profesor Luis Sánchez Granjel, referente y figura señera de la historia de la Medicina na­cional e internacional. Fue uno de los grandes maestros de la Universidad de Salamanca, tanto de la civil como de la Pontificia, y por su aula han pasado generaciones ente­ras de médicos que le recuerdan con afecto y admiración. Entre nosotros, fue Presidente del Tribunal de muchas tesis doctorales defendidas en la universidad vasca en el campo del pasado médico. Algunos colegiados guipuz­coanos le recuerdan con afecto, sin olvidar la estrecha re­lación de amistad que mantuvo con el expresidente, Dr. Barriola y el exsecretario, Fidel Egaña.

Por José María Urkia Etxabe

Granjel nació en Segura, hermosa villa del Goierri gui­puzcoano, en 1920, y a donde su padre, médico castella­no, había llegado para ejercer su profesión en ese ámbi­to rural. Allí vivió hasta los 12 años, y esa vivencia marcó profundamente su vida y sus recuerdos. Mantenía como muy certera la frase de Julio Caro Baroja de que “El País Vasco ata a quien ha vivido su niñez en esta tierra”. Años decisivos, impregnados de los verdes paisajes, las corre­rías infantiles por plazas y montes, el euskara, la primera lengua que aprendió y oyó, pues fue criado en un “baserri”, Ikorta, al poco de nacer; las visitas acompañando a su pa­dre médico por los caseríos y parajes de Segura. Ese mun­do estará muy presente en Granjel, cada vez más fuerte, con más añoranza, a medida que los años pasaban. En el reciente homenaje tributado por su villa natal, el 18 de abril de 2015, se recordó esta vinculación de Granjel con su pueblo. Quedó de manifiesto que fue algo intenso en su larga vida y allí ha quedado una parte del legado de su obra y de su memoria.

Diego Gracia, discípulo de Granjel en su etapa salman­tina, en la sesión necrológica que le ha dedicado la Real Academia Nacional de Medicina, recordó, acertadamen­te y siguiendo a Pedro Laín, que existe un antes y un des­pués de Granjel en la historia de la Medicina española. Añadiría, que lo mismo se puede afirmar al referirnos al pasado médico vasco. Ciertamente, la grandeza de Gran­jel, que el tiempo se encargará de poner en su lugar, está en la profesionalización de los estudios de la Historia de la Medicina, en la introducción del método riguroso en el conocimiento del pasado médico, análisis e interpre­tación de los hechos históricos médicos, con rigor y cla­ridad. Hasta entonces esta parcela del saber estaba en manos de eruditos o diletantes que, con mayor menor acierto, ofrecían textos hagiográficos, poco rigurosos, o incluso novelados, de figuras médicas o sucesos del pasa­do médico. Laín Entralgo, director de la tesis de Granjel e iniciador de esta línea de trabajo, vio en Granjel ese futuro científico y académico de don Luis.

Catedrático de Historia de la Medicina en la Universidad de Salamanca, y de la Pontificia, desde 1955 hasta su jubi­lación en 1987, luego profesor Emérito, su trayectoria ha sido ejemplo de gran maestro, docente cabal y sin fisuras, trabajador sin descanso, creador de una importante es­cuela, con vínculos en las más importantes universidades españolas. Quien guste de cuantificar su obra, que des­borda el campo de la Medicina y se adentra también en la literatura, sobre todo en los autores de la generación del 98, debe saber que tiene en su haber cerca de 300 libros y estudios acerca de la Historia de la Medicina o Literatura y Medicina. Ha sido también director de 200 tesis docto­rales y tesinas. Limitándonos a su obra escrita y sin contar conferencias, artículos de revista, distinciones y homena­jes, podríamos destacar sus volúmenes sobre la Historia de la Medicina Española, de referencia obligada. Toda esta ingente labor desarrollada en el marco del espléndi­do Instituto de Historia de la Medicina, en el renacentista Palacio de Fonseca, que el propio Granjel restauró y res­cató de la ruina. Todos los que allí nos formamos, y los visitantes, quedamos maravillados de aquel espacio de si­lencio, trabajo y gusto exquisito, un centro que nada tenía que envidiar a los más acreditados en Europa.

A partir de 1979 Granjel se volcará en el estudio del pasa­do médico vasco. Con quien esto escribe, y algunos más, formará un equipo de trabajo sistemático que permitirá trazar un proyecto de investigación que ha dado muchos frutos. Su línea sigue hoy en la universidad vasca. Hasta su muerte ha mantenido una gran vinculación académica y profesional con el mundo cultural vasco, afianzando y añorando su amor por esta tierra que le vio nacer, y a la que volvía, siempre que podía, desde su Salamanca, mar­co de una existencia plena.

En 2002 será nombrado Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina, en Madrid, sucediendo a Pedro Laín. Nadie pensaba que un Granjel, ya de edad avanzada, iba a dejar el recuerdo imborrable de un hom­bre que ha trabajado con denuedo, sin descanso, cum­pliendo su labor de académico como casi nadie lo ha he­cho. Doce años que han dejado huella: la primera Historia de la Real Academia Nacional de Medicina, la ordenación de su biblioteca y archivo, su catalogación, en fin, toda su experiencia y tesón. Hoy la Academia le inmortaliza con una sala que llevará su nombre y en donde se conservará su biblioteca Histórico-Médica y el Archivo personal.

Maraña, en un reciente artículo en El Correo (2.05.15), ha escrito que Granjel es, y ha sido, el gran referente en el análisis de la obra de Baroja, Unamuno, Azorín, y de otras figuras del 98. Sus textos, manuales, muchas veces pla­giados, “serán por siempre de excelencia en la historia de la literatura”.

En septiembre de 2013, los colegios de médicos de Sala­manca, Valladolid y Gipuzkoa le tributaron un sentido homenaje en Salamanca. Sus discípulos más queridos: Juan Riera, Diego Gracia, Antonio Carreras, Mercedes Granjel, José Luis Valverde, Francisco Herrera, Juan Ca­brera, Juan del Río Hortega, JM Urkia, recordaron a don Luis en sus distintas facetas. Un Granjel, ya en silla de rue­das, pero con su magnífica cabeza, siempre atenta y des­pierta, pudo comprobar el afecto de sus amigos.

José María Urkia Etxabe