Pilar Lois: Una mujer pionera y vocacional
MUJERLa vida de Pilar Lois, primera mujer colegiada en Gipuzkoa, estuvo ligada a los cambios sociales de los años 30. Fue, además, la ahijada de Clara Campoamor.
Por Maite R. Antigüedad ZarranzEl primer Premio Nobel de Medicina se concedió por primera vez a una mujer en 1947. Ese año la academia sueca otorgó el galardón a Gerty Theresa Cori, por su descubrimiento del proceso de la conversión catalítica del glucógeno. La incorporación de las mujeres al mundo de la Medicina había comenzado unos años atrás en nuestro país. Una fecha digna de mención es el año 1939, cuando se colegió Pilar Lois Acebedo en el Colegio de Médicos de Gipuzkoa, la primera mujer en ejercicio de nuestra provincia. Su número de colegiación era capicúa, el 646.
Pilar fue una de las pioneras que abrió la puerta, hasta entonces fuertemente cerrada, por la que después entramos otras muchas mujeres en la profesión médica. Pero, ¿quién era la doctora Lois? Pilar Lois fue una mujer con una historia, sin duda, especial. Una historia, además, ligada a los grandes cambios sociales de los años 30. Nació en Madrid en 1912 en el seno de una familia acomodada y fue hija única. Quizás por ello, y también por los vientos de modernidad que soplaron en nuestro país y en toda Europa a finales de los años 20 y a principios de la década de los 30, su padre siempre quiso que Pilar estudiase una carrera universitaria. Otro hecho marcó sin duda el futuro de la doctora Lois: en la portería de la casa de la calle del Marqués de Santa Ana, en pleno barrio de Malasaña en Madrid, donde nació pasó sus primeros años, vivía la familia de Clara Campoamor, la mujer que logró que España se convirtiera, en 1931, en el cuarto país de Europa en reconocer el derecho de las mujeres a votar. Mientras que los abuelos regentaban la portería, el padre de Clara trabajaba de contable en un periódico y su madre era costurera. Ambas familias, Lois y Campoamor, mantenían una excelente relación. Ello hizo que cuando Pilar nació Clara se convirtiera en su madrina.
Clara, que se quedó huérfana de padre en 1898, tuvo que dejar de estudiar a los 10 años y ponerse a trabajar de costurera primero, de telefonista y de dependienta después, hasta que aprobó en 1909 unas oposiciones que la trajeron a San Sebastián, donde vivió cuatro años. Volvió a Madrid en 1914 y allí conoció a grandes intelectuales del momento que le hicieron interesarse por la política. Clara no solo fue la madrina de Pilar. También le enseñó a soñar y a decidir por sí misma su rol en la vida, inculcando en ella su afán de superación y el amor por el estudio y el conocimiento. Clara repetía insistentemente a su ahijada: “Ya sabes Pilar, o estudiar o dedal”.
Sin importarle los prejuicios
O estudiar o coser. Y Pilar decidió estudiar, sin importarle los prejuicios que pudieran existir respecto a las mujeres que entraban en la universidad o que pretendían ejercer profesiones consideradas “poco femeninas” por las “gentes biempensantes” de aquellos años, como la Medicina. En 1936 terminó sus estudios en la Facultad de Medicina de Madrid. Junto a ella se licenciaron otras dos mujeres. De las tres sólo Pilar llegó a ejercer como médica. Pilar y sus padres solían veranear en San Sebastián. Recién licenciada, el 18 de julio de 1936 la sorprendió en nuestra ciudad. Los dramáticos acontecimientos de aquel verano impidieron a Pilar y a su madre, ya viuda, volver a Madrid. Se quedaron en nuestra ciudad, con solo una maleta llena de ropa de verano. Tocaba buscarse un trabajo para poder vivir, y Pilar empezó a buscar trabajo como médico.
Empezar a ejercer no fue sencillo. Poco a poco algunos médicos donostiarras le fueron proporcionando los avisos a domicilio de pacientes que muchas veces residían en lugares alejados. Se daba también a conocer entre los serenos que conocían como nadie los habitantes de los barrios y que le avisaban para realizar visitas. Su madre recogía los avisos. Y cuando su jornada laboral terminaba Pilar seguía siendo médico si alguien la necesitaba. Siempre estaba dispuesta a echar una mano. Las visitas domiciliarias le permitieron salir adelante y adquirir experiencia profesional. Con el tiempo puso una consulta en la donostiarra Avenida de la Libertad donde ejerció, principalmente, la Pediatría. Muchos donostiarras todavía recuerdan el trato cariñoso con el que Pilar les atendió siendo niños. En San Sebastián, Pilar que era una mujer amante de la cultura, muy aficionada a la música, siempre estaba al tanto de las compañías teatrales que nos visitaban cada verano. También le gustaba asistir a las corridas de toros del Chofre, como persona de aquel tiempo. En la boda de Enrique Riu, de quien había sido su pediatra, conoció a Juan Monsó, tío del novio que estaba establecido en Cataluña y que en 1955 cambió su residencia a San Sebastián para poderse casar con Pilar. Tuvieron una vida familiar muy feliz.
Pilar era una vocacional de la medicina. Y Después de su jubilación siguió ejerciendo la medicina para sus familiares y amigos, que fueron muchos. Murió en el año 2000, a la edad de 88 años en San Sebastian. Dejó un gran recuerdo en nuestra ciudad, el recuerdo de una mujer de gran personalidad, de exquisita educación y entregada a los demás a través de su profesión de la que se sentía muy orgullosa.
Clara Campoamor murió en Lausana en 1972, donde tuvo que exilarse. Y Pilar se encargó de los trámites para traer sus cenizas y cumplir así con la voluntad de su madrina de ser enterrada en Polloe, el cementerio de la ciudad de la que se enamoró siendo joven, donde vivió la proclamación de la II República española, y a la que visitaba con asiduidad hasta que el exilio se lo impidió. Hoy ambas reposan en el panteón de la familia Riu Monsó. Las vidas de Clara y Pilar estuvieron ligadas por el afán de superación, por haber abierto boquetes en el fuerte muro de prejuicios e injusticias que separa a hombres y mujeres, por haber marcado el camino de las generaciones futuras: Clara desde la política y el derecho, Pilar desde la medicina. Les unió también el amor a San Sebastián.
Como mujer, como médica y como donostiarra, sólo puedo sentir por ambas un fuerte orgullo y un gran agradecimiento.
Maite R. Antigüedad Zarranz